EL CIELO ES EL LUGAR

Da las seis el ciego Santiago. Los visitantes se habían marchado, y el padre y la madre de Diego se habían ido a dormir. Solo estaban él, su libro, un libro, atrás un libro, arriba un libro, y Rita en el salón.
Rita creía que Miguel se había ido al cielo. Tenía un relicario con su foto sobre su falda franela. Cómo le iba yo a decir nonada. Hoy al tocarle el talle, mis manos han entrado en su edad.
—El cielo es el lugar para él —dijo ella—. Era demasiado bueno para este mundo.
Miró con incertidumbre por la ventana de la sala hacia la calle, como esperando que en un fastuoso carruaje pasara Miguel a bordo, sereno en su belleza inconsciente y noble, saludando y sonriendo, dirigiéndose feliz al lugar al que siempre había pertenecido. Si hay algo en él de amargo seré yo.
—Si así lo crees —respondió Diego, Rita tocó su relicario. Ha triunfado otro ay. Sus manos eran estrechas y minuciosas. Podía dar puntadas tan finas que parecían invisibles.
—Sin embargo, aún está con nosotros —dijo ella—. ¿No lo sientes? —y sujetó la cadena del relicario tan ala, como si fuera un rosario.
—Eso creo —respondió Diego. Rita pensaba que Miguel estaba en el relicario, en el cielo, y aún con ellos. Diego esperó que ella no creyera que él se alegraría de tener que lidiar con tantos Migueles.
—Qué extraña manera de estarse muertos —le dijo Diego. No había querido hablar como el libro pero no podía evitarlo cuando estaba excitado. Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.
David Abanto, Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.
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