Sunday, October 15, 2006

OJOS LÍQUIDOS


Había alcanzado desde hacía poco la mayoría de edad, cuando de la noche a la mañana me di cuenta de que no sabía hacer un ademán o pronunciar un discurso, dentro del cual, como el gusano en el fruto, no se anidara, por así decirlo, una “reserva mental”. Acariciaba a una mujer y entretanto pensaba: ¿Y luego? Era aplaudido por la elegancia de un traje, por la finura de un dicho, y sonreía, me ruborizaba... pero no sin que algo fastidioso me corriera debajo de la piel, una especie de insidia de los nervios, un escalofrío infinitesimal del pensamiento, que no lograba volverse concepto, sino sólo parecía coagularse en pedazos inertes de duda.
Ella tenía los ojos más negros que jamás hubiera visto. Dos piedras líquidas y tenebrosas, hasta donde es posible que la inercia más mineral se conjugue con la más húmeda languidez. Ojos que se veían pasar en un instante de un simulado letargo a un ataque fulminante, asomándose bajo la visera de las larguísimas pestañas con el serpentear de un reptil que asalta el alimento.
¿Qué todo haya sido un sueño mío? ¿Qué aún esté soñando? Como si tuviera en el puño el cordón de un gran telón de tela, siento que el corazón me late en la garganta, llenándose de una furiosa, irracional felicidad... ¿O si en lo oculto de un alfabeto sobrehumano el Omega de tinieblas donde me precipito fuera el Alfa de una luz eterna?
Lo sabré dentro de poco y en el mismo instante ya no sabré saberlo. Cuando, apretado el fusil entre las piernas, con el pie en el gatillo y el cañón en los labios, la frente envuelta en la blanca bandera, oiré como un grito de Dios el ruido del disparo en el silencio del universo.

Gesualdo Bufalino, Las tretas de la noche.

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