Tuesday, October 17, 2006

LA LLAMADA

Aquel papel se encarnizó conmigo. La noche estaba sola. Los mismos serenos habían abierto un portal y se habían metido en él.
En aquella soledad y en aquel oscurantismo, el papel que me perseguía no era, como otras veces, ese papel que, aunque nos persigue como un perro, se queda de pronto en el remolino de los otros perros. Aquel papel me seguía de un modo ruidoso, seco, con arranques que me asustaban a ratos cuando ya me había olvidado de él.
A veces se retrasaba y parecía quedar muerto y aplastado contra el suelo; pero de nuevo, como si aquello no lo hubiese hecho sino por descansar, salía en mi persecución. ¡Cómo rodaba aquella masa cuadrada! Las puntas de su cuadrado era como las patas que iba poniendo en el suelo, e imitaban el salto cada vez que iniciaba una vuelta.
Iba preocupado por el papel y sus carreras, así como se preocupa uno de la taba, a la que constantemente se da con el pie y a la que se lleva muy lejos.
El danzarín papel relucía al pasar ante los faroles, y se veía entonces que no era un pedazo de periódico, sino una carta escrita.
Juro que sobre todo al volver las esquinas y ver que el papel volvía las esquinas, sentí lo sobrenatural que era aquello. Aunque yo procuraba dar esquinazo al papel, el papel, como una bicicleta, daba las vueltas ceñidas y ágiles a las esquinas.
Fatigado, me senté en un banco público, y el papel, tirado y quieto, se quedó a mi lado. Parecía un papel que yo había dejado caer y olvidado a mis pies.
—¿Lo cojo? —pregunté.
Pero yo, que soy enemigo de las supersticiones, no quería incurrir en la de creer que aquel papel decía algo, con sentido, dirigido a mí. Se reiría hasta el mismo papel de ver que yo buscaba en él alguna llamada o alusión.
Por fin, me incliné sobre el suelo y lo alcancé.
«Secuestrada hace veinte años; hasta ahora no he podido pedir socorro de alguna manera.–Isabel».
Ya me explicaba la insistencia del papel, que era el papel de la secuestrada hace veinte años, es decir, el papel que no tenía más remedio que buscar al salvador, el papel lleno de ansiedad, de angustia, de deseo de auxilio.
—Bueno... Pero ¿dónde? —me pregunté y pregunté disimuladamente al papel.
Nada. No me podía acordar dónde comenzó a seguirme el papel. Lo dejé en el suelo para ver si me guiaba de nuevo, pero una ley que no pueden contravenir los papeles es ir contra el viento. Por eso el papel se quedó quieto, pegándose al banco como una etiqueta de facturación al baúl en que la pegan.
Comencé a desandar el camino, y al cabo de un rato estaba completamente desorientado, y aunque de nuevo procuré orientarme, no pude encontrar el punto de origen en la partida del papel extraño.
La pobre secuestrada de hacía veinte años, que no había podido pedir socorro nunca, ya no encontraría medio de poder lanzar un segundo papel y morirá secuestrada.

Ramón Gómez de la Serna, Caprichos.

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