EXPRESIÓN DEL BUEY

Pero a ellos qué les importaba, si no se metían con nadie, ni le pedían nada a nadie.
Por eso me di cuenta enseguida: eran pobres pero orgullosos. Después esto lo comprendí mejor.
El viejo, eso sí, era un gran borracho, oblicuo, como un árbol viejo, como el diablo. En cambio ella, muy tímida, de cabellos largos. Ella no sólo era una muchacha junto a un viejo, sino que era algo más, como la luna.
Fue un poco por eso que me propuse espiarlos. Me acercaba a la choza ya de noche, así era más difícil que pudiesen verme, en la oscuridad. Hasta que, a la semana de andar rondando la choza, cuando ya empezaba a llover, escuché un ruido en el potrero.
¿Qué decían, acaso eran ellos?...
—¿Adónde vas? —le preguntó el viejo.
—Un rato al puente —contestó la muchacha.
—¿Para qué?
La muchacha se quedó en silencio.
—Siempre vas al puente —bostezó el viejo.
—Sólo los viernes —dijo ella.
No escuché más, porque me entró miedo y decidí volver a mi choza y no contar a nadie de esto. «Es mejor que guarde estos recuerdos en mi alforja, no vaya a ser que la gente venga a gritarme, só viejo, só bruto, só animal...»
Porque sólo soy un pobre rumiante que pertenezco a ellos.
Me alimentan, me agarraron mientras pisaba en chacra ajena.
Armando Arteaga, Literatura fantástica.
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